El protagonista cogió las aletas, las gafas de buceo y un tubo para respirar. Él prefería estar bajo el agua sin botella de oxígeno aunque en ocasiones tuviera que subir a la superficie para coger aire.
El buceador se aventuró muchas veces hacia la misma zona submarina, parece ser que estuvo más de una año realizando inmersiones, día tras días, atravesando el bosque de algas para experimentar libremente en ese mundo submarino maravilloso y encontrarse con un montón de especies que allí vivían (unas eran más buenas y otras eran más malas, aunque la palma se la llevara el pez gato)
Hasta que llegó ese día especial en el cual encontró al otro protagonista de esta historia, un simpático pulpo hembra, que aunque el principio era reacio al encuentro, al final consiguió entamblar una cierta amistad con el intrépido buceador.
Pasaron muchas cosas bajo el agua, la vida allí también superaba las etapas establecias:
los seres vivos nacían, se reproducían y morían.
El último día el hombre que buceaba, salió del agua, se quitó sus gafas, sus aletas...
Respiró y recordó aquel inolvidable día, en el que el pulpó se acercó y le palpó.
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